Un padre decidió transformar las calles en escenario de juegos y actividades recreativas para que su hijo, diagnosticado con Síndrome de Down, pudiera compartir con otros niños y vivir una infancia más inclusiva. La iniciativa, que nació del amor y la necesidad de integración, rápidamente llamó la atención de vecinos y transeúntes.
Lo que empezó como dinámicas sencillas terminó convirtiéndose en un punto de encuentro comunitario. Familias del sector se sumaron a las actividades, generando un ambiente de amistad, respeto y aprendizaje mutuo. La propuesta no solo permitió que el niño hiciera nuevos amigos, sino que también fortaleció los lazos entre quienes habitan el barrio.
La historia cobra especial relevancia cuando se busca visibilizar la importancia de la igualdad de derechos y la integración plena de las personas con esta condición. Este gesto demuestra que la inclusión puede empezar desde lo cotidiano y que, con voluntad, cualquier espacio puede convertirse en un lugar para crecer juntos.
