Cada 31 de diciembre, Colombia se llena de fuego, risas y simbolismo con la quema del año viejo, una tradición que ha perdurado por generaciones. Los muñecos, elaborados con ropa usada, papel y pólvora, representan aquello que la gente no quiere llevar al nuevo año: problemas, frustraciones, personajes polémicos o simplemente recuerdos que se desean dejar atrás.
En barrios y veredas, familias y comunidades se reúnen para darle vida a estos muñecos que, al arder, simbolizan la purificación y el inicio de un ciclo lleno de energías positivas. Algunos optan por figuras anónimas, mientras otros recrean personajes icónicos, cantantes o políticos, convirtiendo la tradición en un espejo de la coyuntura social y cultural del país.
Este 31 de diciembre, los nombres de figuras públicas como Gustavo Petro y Francia Márquez aparecen en varios de estos muñecos, reflejando el descontento de sectores que los responsabilizan de las tensiones políticas y económicas del año. La quema se convierte así en un acto de catarsis colectiva, donde la crítica se mezcla con la fiesta y el deseo de que “todo lo malo se quede en el 2025”.
Más allá de la polémica, la tradición del año viejo sigue siendo un ritual de esperanza. Al quemar lo que simboliza el pasado, los colombianos buscan abrirle paso a un 2026 cargado de ilusiones, proyectos y energías renovadas.
