En medio de su viaje pastoral, el papa León XIV sorprendió al mundo católico con unas declaraciones que generaron debate. Durante una rueda de prensa en el avión, el Pontífice defendió la idea de mantener abiertos los canales de diálogo con Nicolás Maduro, líder cuestionado por múltiples denuncias de violaciones a los derechos humanos y por su presunta cercanía con estructuras de poder ligadas al narcotráfico.
Fieles, activistas y voces críticas dentro y fuera del país reaccionaron con preocupación, recordando que el régimen venezolano ha sido señalado por presuntas prácticas de persecución política, religiosa y social. Miles de creyentes se preguntan cómo conciliar la búsqueda de paz con la exigencia de justicia frente a quienes han convertido el poder en un mecanismo de control absoluto. Venezuela atraviesa una crisis prolongada que ha empujado a millones a la migración y ha dejado a otros atrapados en la escasez y el miedo. Para muchos, el llamado al diálogo suena más a una estrategia de supervivencia del régimen que a un camino real hacia la paz. Por eso, la discusión no es solo teológica ni diplomática: es un reclamo humano de dignidad y liberación. La Iglesia, dicen voces críticas, no puede ser neutral cuando los más pobres claman por justicia y verdad.
