A tres años de haber asumido la presidencia, Gustavo Petro sigue siendo una figura que despierta pasiones encontradas en Colombia. Su llegada al poder representó el primer gobierno de izquierda en la historia reciente del país, lo que generó expectativas de cambio entre millones de ciudadanos cansados de administraciones de corte conservador. Petro prometió reformas profundas en salud, pensiones y educación, además de una política de “paz total” que buscaba poner fin a décadas de conflicto armado.
Entre los logros más destacados de su mandato se encuentran avances en la reducción de la deforestación, un crecimiento sostenido del sector agrícola y la consolidación de espacios diplomáticos como la cumbre CELAC-Unión Europea, donde Colombia jugó un papel central. También se resaltan políticas de empleo que, según cifras oficiales, han ayudado a mejorar los indicadores laborales en medio de un contexto económico difícil.
Sin embargo, los aspectos negativos han marcado gran parte de su gestión. El déficit fiscal creciente, el gasto público elevado y las tensiones con el Banco de la República han generado incertidumbre económica. Además, escándalos recientes por la firma acelerada de contratos antes de la entrada en vigencia de la Ley de Garantías han levantado cuestionamientos sobre la transparencia de su administración. A esto se suma la percepción internacional reflejada en medios como The Economist, que lo han catalogado como un presidente desesperado ante la falta de resultados tangibles.
En las encuestas, Petro aparece con bajos niveles de aprobación, lo que contrasta con el entusiasmo inicial de quienes lo apoyaron como símbolo de cambio. Mientras sus críticos aseguran que “tiene el país vuelto m¡erd4”, sus defensores lo consideran un presidente valiente que se enfrentó a las élites y buscó transformar las estructuras sociales. Lo cierto es que su legado quedará marcado por la polarización: un intento de revolución política que, para muchos, se quedó a medio camino.
