Mientras Venezuela sigue enfrentando una dura realidad marcada por la escasez, el desempleo y el abandono institucional, en pleno corazón de Caracas ocurre algo que parece ir en contravía: los abuelos se reúnen en la plaza El Venezolano para cantar, bailar y compartir momentos que, aunque breves, les devuelven algo de alegría. Este espacio público se ha convertido en un refugio emocional para muchos adultos mayores que, pese a la miseria que los rodea, se resisten a perder el ánimo.
La escena se repite cada semana: música criolla, pasos lentos pero firmes, abrazos entre desconocidos que se vuelven familia por unas horas. No hay lujos, pero sí ganas de vivir. En medio de una ciudad golpeada por la crisis, esta plaza se llena de color y calor humano. “Aquí no hay espacio para el odio ni para los dolidos”, dicen quienes frecuentan el lugar, como si la fiesta fuera su forma de resistir. Lo que para algunos puede parecer evasión, para ellos es supervivencia emocional.
Aunque el país atraviesa una de sus etapas más difíciles, la plaza El Venezolano se ha convertido en símbolo de resiliencia. No hay cámaras oficiales ni discursos políticos, solo gente que, con lo poco que tiene, decide celebrar la vida. En tiempos donde todo parece cuesta arriba, estos encuentros espontáneos recuerdan que la dignidad también se defiende bailando.