El que fuera mandamás del campo en China, Tang Renjian, acaba de recibir una sentencia que pone los pelos de punta: pena de muerte suspendida por dos años. ¿La razón? Se metió en un arrozal de corrupción que huele a millones.
Entre 2007 y 2024, Tang se paseó por los pasillos del poder repartiendo favores como quien reparte semillas, pero no gratis: a cambio recibió plata y bienes que suman más de 38 millones de dólares. ¡Eso no es una mordida, eso es un banquete!
El tribunal de Changchun fue el que le cantó la sentencia, y aunque suena a final trágico, en China este tipo de castigos suspendidos son pan de cada día cuando se trata de altos funcionarios corruptos. Si el señor Tang se porta bien y no vuelve a meter la mano donde no debe, la pena podría convertirse en cadena perpetua.
En su última intervención, el exministro bajó la cabeza, aceptó los cargos y dijo estar arrepentido. Pero ya el daño está hecho, y el mensaje quedó claro: en el gigante asiático, el que juega con el poder y se llena los bolsillos, puede terminar con la soga cerca.