El corregimiento de Mingueo amaneció con un silencio que todavía pesa. La pequeña Sheyla, de apenas tres años, fue despedida por su madre en medio de lágrimas y un dolor que no encuentra palabras. “Ve con Dios, hija, mamá siempre te amará”, dijo entre sollozos, mientras el pueblo acompañaba el entierro con un sentimiento compartido de incredulidad y rabia contenida.
La tragedia golpeó a la comunidad como un viento helado que baja de la Sierra. Nadie entendía cómo una vida tan pequeña podía apagarse de manera tan brutal. Los vecinos se agolparon en las esquinas y en las calles, intentando consolarse unos a otros, porque en un pueblo donde todos se conocen, las tragedias no se escuchan: se sienten.
Hoy, Mingueo sigue intentando ordenar lo inexplicable: una niña ases¡nada y un presunto responsable ultimado en menos de 24 horas. La madre de Sheyla, con su despedida, dejó grabada la frase que resume el sentimiento de todo un pueblo: un amor eterno que ni la violencia ni el silencio podrán borrar.
