Ángela Mariño no solo eligió cómo despedirse de la vida, sino también cómo sembrar compasión en quienes la rodeaban. En medio de un proceso de enfermedad terminal, esta joven colombiana decidió acogerse al derecho a la eutanasia, reconocido por la Corte Constitucional, y dejó un mensaje que hoy conmueve al país: pidió que en su velorio no hubiera flores, sino alimento para perros y gatos, destinado a fundaciones que cuidan animales en situación de abandono.
Su decisión, lejos de ser silenciosa, se convirtió en un acto de ternura y conciencia social. Ángela usó sus últimos días para invitar a familiares, amigos y desconocidos a reflexionar sobre el cuidado de los animales, el valor de la empatía y la urgencia de ayudar a quienes no pueden pedir auxilio. “Sé que ahora estás en el cielo con todos los animalitos que ya cruzaron el arcoíris”, escribió una amiga en redes, en uno de los tantos mensajes que hoy circulan como tributo a su alma generosa.
La historia de Ángela no solo reaviva el debate sobre el acceso a la eutanasia en Colombia, sino que también deja una huella profunda en el activismo por el bienestar animal. Su gesto final se transformó en una cadena solidaria que movilizó donaciones, mensajes de amor y compromisos de acción. Desde el cielo, como muchos creen, Ángela sigue cuidando a los que no tienen voz, y su legado se multiplica en cada bolsa de alimento entregada en su nombre.
