Abelardo de la Espriella, el hombre que tiene temblando a la izquierda de este país

En un país donde los vivos se disfrazan de revolucionarios y los corruptos se pasean envueltos en la bandera de “la lucha social”, apareció alguien que les habló sin miedo: Abelardo de la Espriella. Y claro, bastó con que abriera la boca para que la izquierda empezara a temblar como gelatina vieja.

Porque no hay nada que más asuste a los falsos redentores que un tipo que no les tiene miedo al qué dirán, que no les compra el cuento de “los pobres oprimidos” mientras se llenan los bolsillos con contratos, fundaciones y puestos. Les duele que alguien los enfrente con carácter, sin disfrazarse de filósofo de café ni de salvador de barrio.

Abelardo no es políticamente correcto, y por eso lo odian. Porque en este país, si no te arrodillas ante la izquierda, te llaman fascista; si hablas de autoridad, te dicen dictador; si exiges orden, te tildan de enemigo del pueblo. Pero los que de verdad arruinaron al pueblo son ellos: los del discurso bonito y la mano larga.

Lo que pasa es que ya no aguantan que alguien les cante la tabla. Que les recuerde que la “primera línea” no fue protesta, sino vandalismo financiado. Que los supuestos defensores de la moral tienen más escándalos encima que novela mexicana. Que los que hablaban de acabar con la corrupción hoy reparten puestos y contratos entre sus amigos con la misma elegancia con la que predican austeridad en Twitter.

Abelardo los incomoda porque tiene verbo y coraje, porque no le teme a los titulares ni a los tuiteros de la furia. Dice las cosas como son, sin maquillaje ni cálculo electoral. No vive de la aprobación de los que nunca han trabajado ni de los influencers de consigna que aplauden cada desastre del gobierno con tal de no perder su contrato.

Mientras el país se cae a pedazos, los “revolucionarios” están ocupados nombrando a sus familiares, justificando la ineficiencia y echándole la culpa al pasado. Les duele que alguien los desnude con palabras. Les duele más que el pueblo empiece a escucharlo.

Y sí, Abelardo provoca, molesta y divide. Pero también despierta. Porque si algo le sobra es carácter, y eso, en un país lleno de políticos blandos, es casi un acto revolucionario. Que tiemblen, pues, los que se creyeron dueños del relato: llegó alguien que no les pide permiso para hablar ni perdón por pensar distinto.