Nayib Bukele, presidente de El Salvador, ha pasado de ser señalado como autoritario por sus detractores a convertirse en un referente internacional de gobernabilidad efectiva. Su estilo frontal, sus decisiones polémicas y su enfoque en seguridad han generado críticas, pero también resultados. Según la más reciente encuesta de CID Gallup, Bukele cuenta con un 87 % de aprobación ciudadana, y un 81 % de los salvadoreños considera que el país va por buen camino.
La transformación de El Salvador bajo su mandato ha sido notoria: reducción histórica de homicidios, mayor inversión en infraestructura, programas sociales y una narrativa de orden que ha calado en la población. Aunque su modelo ha sido cuestionado por organismos internacionales en materia de derechos humanos, su popularidad no ha disminuido. De hecho, Bukele figura como el presidente mejor evaluado en América Latina, con un índice de aceptación mundial que supera el 90 %, según World of Statistics.
Pero el fenómeno Bukele no se limita a El Salvador. En redes sociales, ciudadanos de países como Colombia, México, Perú y Argentina expresan abiertamente su deseo de tener un presidente como él: alguien que gobierne con firmeza, que enfrente el crimen sin titubeos y que genere cambios visibles en poco tiempo. “Ojalá tuviéramos un Bukele en nuestro país” se ha convertido en una frase recurrente en los comentarios de publicaciones internacionales. Su figura ha trascendido fronteras y se ha convertido en símbolo de una nueva forma de liderazgo que muchos anhelan.
Lo que antes era visto como autoritarismo, hoy es interpretado por millones como eficacia. Y mientras otros gobiernos luchan por sostener su legitimidad, Bukele se consolida como el presidente que muchos ciudadanos, dentro y fuera de El Salvador desearían tener. Gobernar con resultados, aunque incomode a las élites, parece ser la fórmula que lo ha convertido en ejemplo mundial.