Los narcos ecuatorianos no se andan con rodeos a la hora de mostrar su poderío, y sí que lo hacen a lo grande. No es solo violencia, es una exhibición descarada de riqueza que supera la normalidad. Mansiones con búnkeres secretos, fiestas privadas de ensueño, caballos de paso y un montón de joyas y relojes de lujo son el pan de cada día. Usan todo este derroche para dejar claro quién manda en sus territorios.
Expertos en seguridad como Nelson Yépez y Kléber Carrión nos cuentan que esta ostentación no es un simple capricho de nuevos ricos. Va más allá, tiene una base psicológica y social. Es la forma en la que construyen su imagen y controlan a la gente. Yépez lo explica con una idea clara, en donde explica que existen dos tipos de líderes en el crimen organizado; los que se esconden y los que se hacen notar, los «invisibles» y los «visibles». Los «tapinados» operan bajo las sombras, mientras que los «lamparosos» se lucen sin pudor.
En Ecuador, ambos estilos de vida, uno oculto y el otro extravagante, son dos caras de la misma moneda. Ambos buscan dominar y aterrorizar, pero con tácticas distintas. Mientras unos operan desde la clandestinidad, otros se aseguran de que todos los vean, y les teman, dejando un rastro de lujo y violencia.