En la madrugada del 8 de diciembre, mientras el país celebraba el Día de las Velitas, un hecho insólito sacudió a la cárcel de máxima seguridad de Itagüí. Darío Arcadio Zapata Mazo, conocido como alias “el Zorro” o “el Flaco”, logró fugarse escalando muros y aprovechando la falta de controles en el penal. Su escape dejó en evidencia las graves irregularidades que rodean a uno de los centros carcelarios más vigilados de Colombia.
Zapata cumplía una condena de 35 años por delitos como secuestro extorsivo y desplazamiento forzado, pero lo que habría precipitado su huida fue la inminente imputación de nuevos cargos por asesinatos y desapariciones, incluyendo la de un menor de edad.
La concejal de Medellín, Claudia Carrasquilla, denunció que la prisión funciona como un “hotel” para capos y criminales, donde las puertas permanecen abiertas y los internos disfrutan de privilegios. Según sus fuentes, no se realizan conteos ni controles rigurosos, lo que habría facilitado la fuga del disidente. Además, señaló que las cámaras de seguridad no operaban en el momento del escape.
La presión ahora recae sobre las autoridades penitenciarias y el Gobierno, que deberán responder por un episodio que expone las grietas más profundas del sistema carcelario colombiano.
