La mañana en el barrio La Esperanza parecía tranquila, como cualquier otra en Arjona, Bolívar. Pero el destino tenía otros planes. Lilibeth Báez Villadiego, mujer de carácter fuerte y corazón de madre, estaba en su cocina cuando los gritos de su hija rompieron la calma. Vecinos llegaron agitados, con la noticia que nadie quiere escuchar: el compañero sentimental de la joven estaba atacándola con un arma blanca en el sector Las Margaritas.
Sin zapatos, sin miedo, sin pensarlo dos veces, Lilibeth salió corriendo como una leona por su cría. El amor la impulsaba, el instinto la guiaba. Al llegar, la escena era desgarradora. En medio de la discusión, se interpuso entre su hija y el agresor, buscando detener la tragedia. Pero el filo del odio la alcanzó en el pecho, y su vida se apagó en segundos.
Los vecinos, testigos del horror, intentaron salvarla. La llevaron al hospital, pero ya era tarde. Lilibeth se fue como vivió: luchando por los suyos. El agresor huyó, pero no llegó lejos. Su propio padre lo entregó a las autoridades, en un acto que muchos califican como justo y necesario.
Arjona está de luto. La comunidad llora a una mujer que no dudó en darlo todo por su hija. Las autoridades ya iniciaron la investigación, pero el pueblo exige más que justicia: exige memoria. Porque Lilibeth no fue una víctima más, fue una madre guerrera que murió con las botas o mejor dicho, con los pies puestos.