En el Hospital General de Chilpancingo, México, se vivió una escena que tocó fibras profundas. Una madre, agotada tras largas horas de vigilia, se quedó dormida en una silla de plástico junto a la cama de su hijo hospitalizado por una infección respiratoria. Aunque el cansancio era evidente, jamás soltó la mano del pequeño, aferrándose a él incluso mientras dormía.
El personal médico relató que la mujer se había negado a descansar, convencida de que su hijo debía sentirla cerca. Su prioridad no era ella, sino que el niño despertara acompañado y seguro. Esa decisión, simple pero poderosa, mostró cómo el amor maternal puede imponerse al desgaste físico y al dolor.
La imagen se convirtió en un retrato vivo de lo que significa ser madre: entregar fuerzas que ya no se tienen, permanecer incluso cuando el cuerpo pide pausa y demostrar que, en medio de la enfermedad, la compañía puede ser el mejor alivio. Un momento cotidiano que se volvió símbolo de amor incondicional y que hoy circula como recordatorio de que la verdadera fortaleza está en los gestos sencillos.
