En la estación de buses de Puebla, México, cientos de viajeros conocieron a Doña Mary, una anciana que durante más de tres años convirtió ese lugar en su hogar. Aferrada a la esperanza de que sus hijos regresarían por ella, rechazó las múltiples ofertas de alojamiento y asistencia, convencida de que la promesa de su familia se cumpliría. Con el paso del tiempo, su presencia se volvió parte del paisaje cotidiano y muchos trabajadores y comerciantes la acogieron con cariño, brindándole compañía y cuidados.
A los 80 años, Doña Mary falleció por causas naturales en el mismo sitio donde esperó hasta el final. Su historia conmovió a quienes la conocieron, pues más allá de la rutina de la terminal, ella representaba la fuerza de la esperanza y la vulnerabilidad de quienes dependen del afecto de sus seres queridos. La noticia de su partida dejó un vacío entre quienes la acompañaron en esos años, recordando que la terminal no solo fue un lugar de tránsito, sino también el escenario de una vida marcada por la espera.
La historia de Doña Mary es un llamado a reflexionar sobre el cuidado y la atención que merecen los adultos mayores. Su caso recuerda que la vejez no debería vivirse en soledad ni en abandono, sino rodeada de respeto, compañía y dignidad. En un país donde las familias son el núcleo de la vida social, su partida invita a valorar más a quienes nos dieron todo en su juventud y hoy necesitan de nuestra presencia y cuidado.
