Los únicos que ven a Maduro como un líder suramericano y lo defienden como presidente legítimo de Venezuela son los petristas

Los únicos que todavía ven en Nicolás Maduro a un “líder suramericano” y lo llaman “presidente legítimo” son los petristas. Sí, esos mismos que se autodenominan “defensores del cambio”, pero que aplauden dictadores mientras el país se derrumba. Son los mismos que ven represión y hambre en Venezuela… y en vez de asustarse, la justifican con poesía barata sobre soberanía y revolución.

En su ceguera emocional, Maduro es un patriota, y Petro un mesías. Todo lo demás —la inflación, la corrupción, la inseguridad, el desempleo— son simples “narrativas del uribismo”. La fe es tan irracional que raya en el fanatismo: defienden el desastre con un fervor religioso, repiten consignas como salmos y ven en el caos una forma de redención.

Lo paradójico es que critican a Estados Unidos mientras sueñan con irse a vivir allá; odian el capitalismo, pero no su iPhone; desprecian la oligarquía, pero adoran el poder. Son el espejo de lo que juraron combatir: una nueva élite, ciega, sorda y muda… como Shakira, pero sin ritmo ni vergüenza.

Maduro convirtió a Venezuela en una ruina moral y económica. Y Petro, con su soberbia tropical, va calcando el libreto: dividir, mentir, improvisar y culpar. La historia ya nos advirtió: primero ríen los seguidores, después lloran los pueblos. Pero los petristas aún no lo ven; siguen adorando al ídolo de barro, al “hermano de Maduro”, mientras el país se hunde entre discursos y promesas vacías.

Al final, el chavismo y el petrismo son ramas del mismo árbol: del que crece en la sombra del poder y se alimenta de la ingenuidad del pueblo.