Durante la campaña presidencial, Gustavo Petro logró movilizar a miles de ciudadanos con bajos recursos gracias a un mensaje que prometía bienestar, acceso a la educación y mejores condiciones de vida. Sin embargo, con el paso de su gobierno, varios de esos votantes sienten que las promesas no se han materializado.
Mientras su hija Andrea Petro vive en París por razones de seguridad y otros miembros de su familia han optado por residir en el exterior, en Colombia muchos padres enfrentan dificultades para conseguir un cupo en universidades públicas o incluso en colegios, además de la falta de vías adecuadas para que sus hijos lleguen a las escuelas.
Este contraste ha sido señalado por medios y analistas como un símbolo de la brecha entre el discurso político y la realidad social. La imagen de los hijos del presidente estudiando y viviendo en Europa, lejos de las carencias cotidianas, contrasta con la lucha diaria de las familias que confiaron en él. Para muchos, esta diferencia refleja la frustración de un electorado que esperaba un cambio tangible en su vida cotidiana, pero que hoy enfrenta las mismas barreras estructurales que Petro prometió derribar.
En consecuencia, la narrativa del “cambio por la vida” se ha visto debilitada por la percepción de desigualdad entre la vida privada del mandatario y la situación de sus seguidores. Aunque Petro ha defendido a su familia y ha insistido en que las transformaciones sociales requieren tiempo, la distancia entre París y las veredas colombianas se ha convertido en un símbolo de la desilusión de quienes esperaban que su gobierno representara un cambio inmediato y profundo.
