La pregunta parece simple, pero encierra el pulso de un país que se mueve entre la opinión y la pasión. En un extremo, Vicky Dávila, la periodista que hace tiempo cambió la libreta por el protagonismo, que ya no informa, sino que sentencia, que no entrevista, sino que embiste. En el otro, Abelardo De La Espriella, el abogado convertido en fenómeno político, el “tigre” que con verbo afilado y estilo desafiante ha logrado lo que pocos: conectar con el sentimiento popular de una Colombia cansada de los mismos discursos y de los mismos mesías de izquierda.
Vicky, con su tono inquisidor, representa a esa prensa que se cree el cuarto poder, pero olvida que el verdadero poder está en la credibilidad. Abelardo, en cambio, encarna la figura del outsider que desafía al establecimiento, que no le teme a decir lo que muchos piensan y pocos se atreven a pronunciar.
Los recientes ataques de Vicky hacia Abelardo no son casuales. Son el reflejo del miedo que despierta, quien logra mover masas, quien genera esperanza, quien no le rinde pleitesía a nadie. La periodista que antes denunciaba el poder, hoy parece defenderlo; el abogado que antes lo enfrentaba en los estrados, hoy lo reta en las urnas.
La pregunta, entonces, no es solo a quién prefieren los colombianos, sino qué representa cada uno: la voz del sistema o la voz del cambio. Porque en tiempos donde la verdad se maquilla y la moral se vende, los colombianos ya no quieren sermones: quieren coherencia. Y en ese terreno, el tigre ruge más fuerte que el teclado.