14 años duró Petro jodiendo a los hijos de Uribe, y al final quien terminó incluido en la lista Clinton fue su hijo Nicolás Petro

El destino, dicen, tiene un extraño sentido del humor. Durante más de una década, Gustavo Petro construyó su carrera política señalando, acusando y satanizando a los hijos de Álvaro Uribe. Los convirtió en su caballito de batalla moral, en el símbolo de todo lo que —según él— estaba mal en Colombia.

Pero la historia, como siempre, terminó volteándose. Hoy no son los hijos de Uribe los que aparecen en la lista Clinton, sino el suyo: Nicolás Petro, el heredero del discurso anticorrupción, el hijo del cambio, el símbolo de la “nueva política”.

La ironía es tan perfecta que ni el mejor guionista la habría escrito. Mientras Petro hablaba de transparencia y ética, su propio hijo hacía negocios con los mismos que el presidente señalaba como los corruptos del sistema. Y mientras el país se dividía entre uribistas y petristas, ambos extremos compartían algo en común: la herencia del cinismo.

Petro no solo perdió la autoridad moral, perdió el libreto. La política es un espejo, y a veces el reflejo que devuelve no es el del enemigo, sino el de uno mismo.
Y ahí está Nicolás, el hijo del “cambio”, recordándole a su padre —y al país— que el discurso sin coherencia termina, inevitablemente, en la lista equivocada.